En el mundo de hoy, ciertas personalidades poseen una cualidad innata que cautiva y ejerce una influencia notable sobre los demás. Esta cualidad, a menudo difícil de precisar, se conoce comúnmente como carisma. Arthur Brooks, un distinguido catedrático de Harvard, ha dedicado un profundo análisis a este fenómeno en su reciente publicación en The Atlantic, explorando su significado científico y sus implicaciones prácticas. La relevancia del carisma en el ámbito profesional es innegable, ya que se correlaciona con un mayor éxito y un ascenso en la jerarquía, pero, como advierte Brooks, su exceso puede generar problemas.
Brooks profundiza en el estudio del carisma, señalando que, si bien una presencia carismática puede impulsar a los individuos a posiciones de liderazgo y aumentar sus ingresos, existe un punto de inflexión. Según investigaciones, la efectividad percibida de un líder carismático comienza a disminuir más allá de un cierto umbral, alrededor del percentil 60. Esto se atribuye a que los líderes excesivamente carismáticos, aunque poseen una visión potente, a menudo carecen de la capacidad de llevar a cabo la implementación. Etimológicamente, la palabra 'carisma' tiene raíces en el griego antiguo, donde significaba un 'don de Dios'. Sin embargo, su significado evolucionó en el siglo XX, gracias al sociólogo Max Weber, quien lo definió como una cualidad excepcional de la personalidad que distingue a los individuos y les otorga poderes o cualidades extraordinarias. Actualmente, se entiende como la habilidad para impresionar a otros mediante la elocuencia, la confianza o el estilo personal. El carisma se compone principalmente de dos rasgos: la influencia, que es la capacidad de guiar con competencia, y la afabilidad, que permite a las personas sentirse cómodas. Aunque algunos aspectos del carisma pueden ser innatos, influenciados por factores como el atractivo físico, la inteligencia y la herencia genética, especialmente en individuos extrovertidos, Brooks sugiere que el carisma puede cultivarse mediante la observación y la práctica, como el estudio de grandes oradores.
No obstante, la relación entre carisma y felicidad no es tan directa como podría pensarse. Brooks revela que, a pesar de la percepción común, no hay evidencia concluyente que demuestre que ser carismático conduzca directamente a una mayor felicidad. De hecho, la autoconciencia, un rasgo fuertemente asociado con el carisma, es decir, la tendencia a centrarse excesivamente en uno mismo, puede ser un camino hacia la infelicidad. Este descubrimiento desafía la noción popular y nos invita a reflexionar sobre la verdadera naturaleza del bienestar personal, más allá del brillo superficial del carisma.
En última instancia, el carisma es una herramienta poderosa que, si bien puede abrir puertas al éxito y al reconocimiento, también encierra una paradoja. La verdadera satisfacción y bienestar provienen de un equilibrio interior y una perspectiva que trasciende la auto-obsesión. El mensaje subyacente es que la búsqueda de la felicidad reside en la autenticidad y en la conexión genuina con los demás, en lugar de depender únicamente de la capacidad de impresionar o influir. Al comprender esta complejidad, podemos aspirar a un liderazgo más íntegro y a una vida más plena, fomentando la bondad, la empatía y un propósito que beneficie a la comunidad en su conjunto.