El meloncillo, conocido científicamente como Herpestes ichneumon, es una mangosta que ha habitado la península ibérica durante siglos, siendo la única representante de su familia en el continente europeo. A pesar de su larga historia y adaptación a este entorno, ha sido objeto de una percepción negativa, especialmente por parte del sector ganadero, que lo considera un depredador perjudicial para las poblaciones de caza menor. Sin embargo, recientes investigaciones y la perspectiva de conservacionistas desmienten esta visión, revelando que su impacto es mucho menos significativo de lo que se cree y que su presencia es, de hecho, parte integral del equilibrio ecosistémico.
Este mamífero de tamaño modesto, con una distribución natural que abarca el sur de Eurasia y el continente africano, se ha ganado una reputación que los expertos califican de infundada. La Junta de Extremadura, a principios de 2025, incluso consideró la posibilidad de autorizar su caza como medida de control poblacional, una iniciativa que generó controversia. No obstante, la evidencia científica más reciente sugiere que la mala prensa del meloncillo carece de fundamentos sólidos, desafiando la narrativa de que es una amenaza para la fauna local.
La presencia del meloncillo en la península ibérica se remonta al siglo I de nuestra era, lo que lo distingue de las especies invasoras modernas. Silvia Díaz Lora, doctora en biología y especialista en especies de WWF, subraya que su arraigo histórico en la región justifica su protección bajo la Ley de Patrimonio Natural y Biodiversidad, que prohíbe su explotación cinegética. Contrario a la creencia popular, este animal posee una dieta flexible, incluyendo reptiles, roedores, crustáceos, carroña y frutos. Su naturaleza diurna facilita su avistamiento, lo que puede llevar a una sobreestimación de su población y, consecuentemente, a una percepción exagerada de su impacto.
A diferencia de especies alóctonas problemáticas como la cotorra argentina, que causan estragos en ecosistemas urbanos y rurales, el meloncillo se ha integrado plenamente en el hábitat peninsular a lo largo de los siglos. Un estudio reciente del IREC (Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos) ha proporcionado datos cruciales sobre su papel como depredador, confirmando que si bien se alimenta de conejos y perdices, no es el factor determinante en el declive de sus poblaciones. El estudio destaca que el conejo es una parte importante de su dieta en áreas con alta densidad de este lagomorfo, mientras que las perdices apenas figuran en su alimentación. Estos hallazgos contradicen la idea de que la baja densidad de conejos y perdices está directamente ligada a la presencia del meloncillo.
La verdadera vulnerabilidad del conejo ibérico, una especie fundamental en los ecosistemas mediterráneos, se debe a factores mucho más complejos. La doctora Díaz Lora señala que las principales amenazas son los cambios en el uso del suelo, el abandono de prácticas agrícolas tradicionales, la intensificación de la agricultura y la concentración de parcelas, así como la propagación de enfermedades infecciosas como la mixomatosis y la enfermedad hemorrágica vírica. El proyecto LIFE Iberconejo ha documentado una disminución alarmante de hasta un 60% en las poblaciones de conejo común en algunas áreas rurales durante las últimas siete décadas. Por lo tanto, la recuperación de esta especie esencial requiere un enfoque integral que abarque la restauración de hábitats y la gestión sostenible del territorio, aspectos en los que el meloncillo no ejerce una influencia negativa.
En resumen, la comprensión de la relación del meloncillo con su entorno exige superar prejuicios y basarse en la evidencia científica. Lejos de ser una amenaza desproporcionada, este mamífero se comporta como un depredador oportunista, cuya presencia forma parte de la dinámica natural. El declive de las poblaciones de conejo y perdiz es un problema multifactorial, arraigado en la transformación del paisaje y las enfermedades, y no en la actividad de esta mangosta. Proteger al meloncillo y entender su verdadero rol es crucial para la conservación de la biodiversidad en la península ibérica.