La vasta extensión del universo nos confronta con una pregunta persistente: si la vida es tan probable, ¿por qué no hemos establecido contacto con otras inteligencias? Esta interrogante, planteada de manera célebre por Enrico Fermi, ha generado múltiples hipótesis. Un estudio reciente, publicado en una revista científica de renombre, propone una perspectiva novedosa y un tanto sombría: las civilizaciones avanzadas podrían haber cesado su expansión, no por colapso, sino por alcanzar un punto de agotamiento crítico o por elegir un camino de sostenibilidad interna, lo que las haría indetectables para nosotros. Este enfoque, que fusiona principios de la sociología, la termodinámica y la evolución, nos impulsa a reconsiderar nuestras expectativas sobre la búsqueda de vida más allá de la Tierra y a reflexionar sobre las posibles trayectorias de nuestro propio desarrollo.
La investigación, llevada a cabo por los astrobiólogos Michael Wong y Stuart Bartlett, introduce el concepto de 'despertar homeostático'. Postulan que aquellas civilizaciones que experimentan un crecimiento acelerado e ilimitado están destinadas a enfrentar una crisis si no modifican su rumbo. En nuestro propio planeta, fenómenos como la urbanización masiva, el auge de la tecnología digital y la interconexión global han impulsado una demanda energética sin precedentes. Si una sociedad no logra adaptarse, corre el riesgo de auto-consumirse. Por otro lado, si consigue reorientar sus prioridades hacia la sostenibilidad, podría entrar en una fase de equilibrio que, paradójicamente, la alejaría de la necesidad de una expansión interestelar.
Los científicos han fundamentado su teoría en el fenómeno conocido como 'escalamiento superlineal', observable incluso en nuestras ciudades. A medida que una sociedad crece en tamaño y complejidad, su consumo de energía y su ritmo de innovación se aceleran, hasta un punto en que el sistema se vuelve insostenible. Esta pauta, según Wong y Bartlett, podría replicarse en otras civilizaciones del cosmos. Cuando este límite se alcanza, una civilización tiene dos opciones: continuar su expansión hasta el colapso total o replegarse en un estado de equilibrio interno, priorizando la sostenibilidad. En cualquiera de estos escenarios, la posibilidad de que emitan señales detectables desde la Tierra se reduce drásticamente, lo que sugiere que no estaríamos ante civilizaciones fracasadas, sino ante culturas que han optado por el silencio.
El modelo propuesto sugiere que la vida misma es un delicado equilibrio entre el consumo de energía y el procesamiento de información. Toda entidad biológica, incluyendo una sociedad compleja, depende de cómo maneja su información en relación con la energía disponible. La innovación, dentro de este marco, es un mecanismo de supervivencia; sin embargo, incluso la innovación tiene sus límites cuando las necesidades energéticas crecen exponencialmente. Esta idea se vuelve particularmente relevante al aplicarla a nuestra propia civilización. En el último siglo, hemos desarrollado una red planetaria interconectada, un \"cerebro global\" que demanda cada vez más energía. Hemos avanzado tecnológicamente a pasos agigantados, pero también nos acercamos a límites energéticos, ecológicos y sociales.
El diagnóstico que ofrecen estos científicos es claro: si no logramos desacelerar nuestro consumo, redistribuir equitativamente nuestros recursos y priorizar la sostenibilidad sobre un crecimiento ilimitado, podríamos seguir el mismo camino que, según su hipótesis, han tomado otras civilizaciones: el del agotamiento. No obstante, existe la esperanza de que podamos experimentar nuestro propio \"despertar homeostático\", similar a episodios históricos como el Protocolo de Montreal o la moratoria sobre la caza de ballenas. Además, Wong y Bartlett plantean que si logramos detectar vida extraterrestre, es más probable que sean civilizaciones al borde del colapso, aquellas que liberan grandes cantidades de energía y dejan \"firmas tecnológicas\" en sus entornos, más que sociedades verdaderamente sabias o equilibradas.