La noción de opulencia a lo largo de la historia se presenta como un concepto fascinante y complejo, donde el verdadero indicador de fortuna no reside en una cantidad fija, sino en el poder adquisitivo relativo dentro de un período específico. En este análisis, se desvela la figura de Mansa Musa, el soberano del Imperio de Malí en el siglo XIV, como el personaje histórico de mayor riqueza registrada. Su dominio abarcaba extensiones significativas de África Occidental, controlando un vasto imperio rico en recursos y estratégicamente ubicado en las encrucijadas de las rutas mercantiles más vitales de su era, especialmente aquellas ligadas al comercio del oro.
Musa Keita I, más ampliamente reconocido como Mansa Musa, asumió el trono de Malí alrededor del año 1312, extendiendo su reinado hasta 1337 aproximadamente. Durante su gestión, el imperio se expandió notablemente, incorporando vastas regiones que hoy constituyen naciones como Mauritania, Senegal, Gambia, Guinea, Burkina Faso, Malí, Níger y Nigeria. Este monarca africano, a menudo pasado por alto en los anales históricos occidentales, ostentaba un acceso casi ilimitado a las abundantes reservas de oro de su extenso dominio. La explotación de estos yacimientos, junto con el comercio de sal y marfil, cimentó la economía maliense, permitiéndole acumular una fortuna que, según estimaciones modernas, podría haber excedido los 400 mil millones de dólares actuales. Tal magnitud de riqueza superaría incluso las fortunas de figuras contemporáneas como Jeff Bezos o Elon Musk.
Un episodio que ilustra la desmedida opulencia de Mansa Musa fue su emblemática peregrinación a La Meca en 1324. Relatos de la época describen una caravana impresionante, compuesta por más de 60.000 individuos y numerosos camellos cargados con ingentes cantidades de oro. Esta demostración de riqueza fue tan considerable que su tránsito por El Cairo desestabilizó el mercado del oro, generando una inflación significativa que perduró por un par de décadas. La generosidad del emperador, quien distribuyó oro entre los menesterosos, exacerbó esta crisis económica regional, a pesar de su intención de fortalecer los vínculos comerciales con las ciudades del norte de África y Oriente Próximo.
Al regresar de su peregrinación, Mansa Musa se dedicó a la transformación de Tombuctú. Con el apoyo de arquitectos provenientes de Egipto y Al-Ándalus, ordenó la construcción de edificaciones grandiosas, como la mezquita de Djinguereber, por la cual se pagaron 200 kilogramos de oro al arquitecto. Bajo su auspicio, Tombuctú se erigió en un prominente centro de erudición islámica, con la fundación de universidades y la creación de bibliotecas, consolidándose como un próspero nudo comercial que conectaba el Mediterráneo con el África subsahariana. A pesar de su inmensa fortuna y la grandeza de su imperio, los detalles sobre el final de su vida son escasos, aunque se presume que falleció por causas naturales. La historia de Mansa Musa y el Imperio de Malí subraya cómo la riqueza puede redefinirse a través de las eras, trascendiendo las comparaciones directas y destacando la importancia del contexto histórico-económico.