Las olas de calor, con temperaturas que superan los 40 grados en diversas regiones de la península ibérica y otras zonas de Europa, han puesto de manifiesto una grave omisión en las estrategias de salud pública. Aunque estas condiciones extremas son cada vez más frecuentes, los planes de acción a menudo descuidan un aspecto fundamental: sus efectos en la salud mental. Desde 2021, la Organización Mundial de la Salud ha enfatizado la importancia de implementar protocolos para mitigar el impacto del calor, pero un análisis reciente de 83 planes en 24 países revela una brecha significativa en la consideración de las implicaciones psicológicas, un vacío que la comunidad científica urge a corregir.
El vínculo entre el calor extremo y la salud mental es innegable. La Asociación Americana de Psicología ha señalado cómo las altas temperaturas pueden generar desde irritabilidad y episodios depresivos en individuos sin patologías previas, hasta desencadenar brotes en personas con esquizofrenia o predisposición a enfermedades mentales. A pesar de esta creciente evidencia, existe una reticencia generalizada a reconocer la salud mental como una preocupación prioritaria en los planes de preparación ante el calor. Investigaciones recientes han demostrado que, si bien una parte significativa de los planes reconoce problemas de salud mental, muy pocos especifican efectos concretos o diseñan intervenciones específicas para abordarlos, dejando a colectivos vulnerables, como las personas sin hogar, expuestos a riesgos adicionales.
Es imperativo que los planes de acción integren tanto la atención médica clínica como estrategias de cohesión social, tales como visitas vecinales para aquellos en aislamiento, para asegurar una protección integral. Aunque el Plan Nacional de Actuaciones Preventivas de los Efectos de las Temperaturas Excesivas en España menciona a las personas con enfermedades mentales como grupo de riesgo, aún carece de intervenciones específicas. Solo el Plan Andaluz de 2022 ha dado un paso adelante al recomendar una monitorización intensiva por parte de las unidades de salud mental hospitalarias, un ejemplo que debería extenderse para salvaguardar el bienestar psicológico de toda la población frente a los desafíos climáticos actuales y futuros.
La adaptación a un clima cambiante no solo implica proteger la salud física, sino también la mental. Reconocer y actuar sobre los efectos del calor extremo en el bienestar psicológico es un signo de progreso y humanidad, que nos impulsa a construir comunidades más resilientes y compasivas, preparadas para enfrentar los desafíos futuros con solidaridad y previsión.