La temporada estival ha vuelto a poner de manifiesto la crítica situación de los incendios en la Península Ibérica. Las abundantes precipitaciones primaverales han propiciado un crecimiento exuberante de flora, que, bajo el yugo del calor implacable, se convierte en combustible incontrolable. La recurrencia de estos eventos y sus trágicas repercusiones han llevado a la población a cuestionarse la eficacia de las medidas preventivas y el camino hacia la recuperación.
Cristina Santín Nuño, destacada científica del CSIC, subraya que la actual coyuntura era previsible. La combinación de olas de calor y una vegetación propensa a arder convierte cualquier pequeña chispa en un foco de desastre. Esta problemática trasciende las fronteras de España, afectando a diversas regiones europeas. La devastación en Las Médulas, con sus centenarios castaños y su riqueza patrimonial, es un claro ejemplo de la magnitud del desafío. La científica enfatiza que el cambio en nuestros paisajes y la incidencia del cambio climático han transformado el patrón de los incendios, haciéndolos más extensos, intensos y peligrosos. Sin embargo, recalca la importancia de la acción, desde la optimización de las estrategias preventivas hasta la implementación de protocolos de seguridad claros para las comunidades rurales.
Las Médulas, otrora símbolo de la grandiosidad del Imperio Romano y su explotación aurífera, se encuentra hoy sumida en la desolación. Sus emblemáticos castaños, testigos de siglos de historia, han sucumbido ante las llamas, tiñendo el paisaje de un lúgubre tono oscuro. La pregunta crucial que se plantea ahora es la capacidad de este territorio para regenerarse. Expertos como Leonor Calvo Galán, de la Universidad de León, señalan que mientras ciertas especies como las encinas y los robles podrían recuperarse con relativa celeridad, la recuperación de los castaños se presenta como un reto considerable, proyectándose hasta 15 años para un retorno a un estado similar al previo al siniestro.
La celeridad y la inteligencia en la fase de recuperación son determinantes. Un estudio colaborativo entre la Universidad de Eastern Finland y el CTFC resalta que la frecuencia de futuros incendios está íntimamente ligada al tipo de vegetación que emerge tras la catástrofe. La proliferación descontrolada de arbustos, lejos de ser un indicio de recuperación, puede significar un incremento en el riesgo de nuevos fuegos. La topografía y la accesibilidad del terreno, si bien difíciles de controlar, también desempeñan un papel crucial. La degradación del suelo, desprovisto de su cubierta vegetal protectora, es otro problema apremiante que requiere intervenciones meditadas y eficientes.
Adrián Regos Sanz, investigador del CSIC, enfatiza que el paisaje actual es el resultado de décadas de políticas y no puede transformarse de un día para otro. La clave reside en una planificación preventiva inteligente y en la optimización de los recursos disponibles. No hay una solución única, sino un conjunto de estrategias adaptadas a cada territorio, que deben trabajar en sinergia para maximizar su impacto. Reconocer y valorar las funciones protectoras que las actividades agroganaderas ofrecen contra los incendios, más allá de su valor económico directo, es un paso fundamental hacia un futuro más seguro y resiliente.