Existe una fuerza, un llamado, que resuena con una intensidad tan profunda que resulta imposible desatenderlo. Para mí, esta llamada revivió con un magnetismo abrumador, revelando un paraíso que, una vez más, abrió sus puertas. Este lugar me permitió saborear lo que denomino “el último bastión”, una línea que, quizás, sea una de las últimas aperturas lógicas en la majestuosa Pared de Aragón, antes de que el espacio se torne prohibitivamente estrecho.
Durante más de treinta años, esta ruta ha habitado mis sueños y, probablemente, los de muchos otros. Sin embargo, todo ocurre en el momento adecuado, y quedó claro que no podía posponerlo más. El tiempo es ahora, aquí y en este preciso instante. Como ya expresé en mi última aventura, la vida se escapa demasiado rápido como para refugiarse en excusas triviales como «hoy no puedo», «mañana hará calor» o «pasado lloverá». Simplemente, alista tu equipo y emprende ese viaje de desconexión que tanto anhelamos y que nos recarga el espíritu.
Comienza la búsqueda de un alma valiente que me acompañe en esta travesía hacia un calor infernal, pues, irónicamente, nos encontramos de nuevo en medio de una implacable ola de calor. No obstante, si logramos sobrevivir la última vez, esta vez no será diferente. Tras varias llamadas infructuosas, busco en lo más profundo de mis recuerdos y ¡eureka! Hace años, durante una formación del GAME con Santi Llop, tuve la oportunidad de instruir a varios talentos vascos. Entre ellos, conocí a Elur, un joven increíblemente motivado y activo, y actualmente, como yo, técnico IRATA. Él es el elegido; no hay vuelta atrás. Desde la primera llamada, percibo el fanatismo en su voz, lo que me asegura que no hay nada más que discutir.
El plan es simple: nos encontraremos un día y a una hora específicos en el estacionamiento del templo, y nos lanzaremos sin mirar atrás. Él solo deberá traer su equipo personal; yo me encargaré del resto. La aproximación se facilitará con un kayak, generosamente prestado por nuestros amigos de Intrepid y Kayaking, lo que nos permitirá transportar nuestro equipo con rapidez y comodidad. Mantengo muy presente la pared desde mi última apertura con Charly, lo que me permite saber qué material será exitoso y cuál no. Por ello, intentamos viajar lo más ligeros posible, ya que la empresa que nos espera no será sencilla.
La línea que seguimos es de una lógica y claridad asombrosas. Comenzamos por los largos de «Warrior Rats», una ruta que abrimos semanas atrás, para luego dirigirnos a la repisa superior, donde nos espera el arco fisurado. Desde allí, nos sumergimos en un primer tramo vibrante, de estilo clásico, completamente fisurado y desprovisto de expansiones. Disfrutamos de nuestro segundo vivac bajo una luna casi llena que ilumina toda la pared.
Elur se deleita escalando un largo hasta las terrazas “luxury”, donde establece un punto de reunión amplio y confortable. El tercer largo se torna intenso y desafiante, ralentizando nuestro progreso más de lo esperado. El calor sofocante y el viento constante de la zona nos castigan sin piedad, aunque debo admitir que el aire, a pesar de su fuerza, también era bienvenido durante la escalada, no así en los puntos de reunión, donde resultaba exasperante. Alcanzamos el “Black Arch”, un lugar idóneo para establecer nuestro campamento de hamacas. La señal de telefonía aparece y desaparece, pero el ambiente es extraordinario. Disfrutamos de un vivac estelar, cobijados por la sombra de innumerables estrellas que danzan sobre nuestras cabezas; una experiencia verdaderamente mágica. Montrebei es un lugar salvaje y único, especialmente si se pasa la noche bajo su manto estelar.
La jornada llegó a su fin, y Elur comenzó otro tramo temprano por la mañana, aprovechando el fresco. Sin embargo, el sol no tardó en alcanzarlo, castigándolo sin clemencia. Hubo algunos sobresaltos en un tramo intenso y emocionante, pero él lo disfrutó como un niño. Su rostro no podía ocultar la felicidad de estar abriendo una ruta en el templo, y yo me sentía feliz y contento de verlo disfrutar de este arte que se creía perdido. Debo admitir que sufro más cuando veo escalar a mis compañeros que cuando escalo yo mismo; me siento responsable y protector, pues no les debe ocurrir nada. No quiero cargar con esa preocupación, además, él fue mi alumno, jajajaja.
Llega el momento tan anhelado: Elur instala el punto de reunión al pie de la última gran fisura virgen, “El Último Bastión” para nosotros. La roca, de una calidad galáctica, y el entorno bajo nuestros pies, de primer orden, nos permitían observar a innumerables excursionistas y kayaks que iban y venían por el sendero del desfiladero, señalando y exclamando: «¡Están allá arriba, están allá arriba!». Alcanzamos la cima al atardecer, pero no deseábamos apresurarnos ni dejar de saborear esta cumbre tan especial. Por ello, dejamos una cuerda fija y descendimos a nuestra hamaca para disfrutar de otro vivac de cinco estrellas, bien merecido. Al día siguiente, al amanecer, volvimos a subir para deleitarnos con la salida del sol desde la cima.
Es un momento para la reflexión, para capturar recuerdos con fotos y abrazos, y para seguir adelante. Nos espera la ardua tarea de recoger todo y desescalar. Pero como esta parte siempre resulta engorrosa, no me quejaré del peso del equipo ni de lo agotados y quemados que estamos. ¡No! Ha sido un Big Wall formidable, en total armonía y sintonía con mi compañero y con el lugar. Una conexión de cinco estrellas donde “El Último Bastión” nos ha recargado de nuevos proyectos e inquietudes.
Quiero expresar una vez más mi gratitud por el trato recibido de todos los guardas del lugar y por el apoyo incondicional de todas las empresas de alquiler de kayaks. Cada uno ha aportado su granito de arena a esta aventura, y ustedes saben quiénes son. Montrebei, no cambies nunca. ¡Hasta pronto!