Las ardillas, conocidas por su encanto y su naturaleza elusiva, rara vez se dejan capturar en fotografías. Sin embargo, cuando una lente logra inmortalizar su presencia, el resultado es siempre una fuente de alegría. El fotógrafo Geert Weggen, residente de la apacible localidad rural de Bispgarden en Suecia, ha dedicado su talento a inmortalizar a estas criaturas. Su hogar se ha convertido en un punto de encuentro para las ardillas, que se acercan a su ventana en busca de flores y frutos secos. Durante los meses más cálidos, estas pequeñas habitantes del bosque se relajan y disfrutan al máximo, encontrando en el verano una rutina más sencilla y llena de posibilidades.
En una de las tomas más llamativas, una ardilla parece posar con una flor adornando su cabeza, como si formara parte de su atuendo. En realidad, la escena captura un momento íntimo de alimentación: la ardilla está saboreando una nuez, deleitándose con la tranquilidad de una tarde templada en el idílico paisaje sueco, libre de las inclemencias del frío invernal.
La temporada estival es un período de bonanza para las ardillas, ya que la naturaleza les provee una gran variedad de alimentos. Flores, frutas y semillas silvestres u ornamentales se convierten en su sustento principal. De ellas obtienen néctar, semillas y brotes tiernos, un verdadero deleite para su paladar, aunque a veces represente un desafío para los jardineros locales.
Los dientes de las ardillas poseen una característica asombrosa: crecen de forma continua a lo largo de toda su vida. Para mantenerlos afilados y funcionales, esenciales para masticar alimentos duros, estas criaturas utilizan un método peculiar: roen cables, madera y ramas. Esta práctica no solo les permite cuidar su dentadura, sino también adaptarse a su entorno.
La ardilla roja, una especie común, mide aproximadamente 20 centímetros, una cifra que casi iguala la longitud de su característica cola. Este apéndice, lejos de ser un simple adorno, desempeña un papel fundamental en su supervivencia. Les proporciona equilibrio al desplazarse por ramas estrechas o cables, les ofrece abrigo durante los gélidos meses invernales y, de forma sorprendente, funciona como un "paracaídas" improvisado al realizar sus ágiles saltos entre árboles.
Las ardillas rojas muestran una notable camaradería entre los miembros de su propia especie. Sin embargo, esta armonía no se extiende a todas las ardillas. En ciertas regiones, como el Reino Unido, se enfrentan a una grave amenaza por parte de las ardillas grises, una especie invasora en Europa que es portadora de un virus letal para las ardillas autóctonas.
Una ardilla capturada en una instantánea parece estar inmersa en un concierto improvisado o buscando inspiración con la mirada perdida en el cielo. Erguida sobre sus patas traseras y manteniendo un perfecto equilibrio con su cola, la realidad detrás de esta curiosa postura esconde un propósito inesperado, que será desvelado en la siguiente imagen.
El verdadero motivo detrás de la peculiar postura de la ardilla cantora es su innegable interés por el diente de león: su objetivo es obtener las semillas de esta planta. Las semillas de diente de león son una fuente nutritiva de alimento que prolifera en primavera y puede persistir durante todo el verano. Sin embargo, su obtención se vuelve una tarea desafiante en los meses invernales, lo que explica la persistencia de las ardillas.
Las ardillas rojas no hibernan, lo que las obliga a desarrollar ingeniosas estrategias para asegurar su alimento durante los meses fríos. Una de sus principales tácticas consiste en almacenar provisiones desde el verano, previendo así las escaseces del invierno. Otra opción atractiva para estas criaturas es establecerse en bosques densos, donde la abundancia de semillas de pino les garantiza un sustento continuo.
Una ardilla, en una escena enternecedora, parece decidida a llevarse una flor consigo, atraída por su embriagador aroma. Este comportamiento no es fortuito, ya que estas criaturas poseen sentidos altamente desarrollados, especialmente el olfato, además de una agudeza auditiva y visual excepcionales.
Las ardillas que viven en libertad pueden alcanzar una longevidad de entre 5 y 10 años. Sus patas traseras, notablemente fuertes y elásticas, les permiten desplazarse con asombrosa facilidad por cada rincón del bosque, su hábitat natural. Esta agilidad no solo es clave para su supervivencia, sino que también explica la dificultad de fotografiarlas, ya que su velocidad y destreza las convierten en sujetos escurridizos para cualquier lente.