En el verano de 1652, cuando el calor opresivo se abatía sobre las antiguas piedras de Roma y el aire permanecía inmóvil, imaginar un escape refrescante parecía una quimera, especialmente en el contexto del siglo XVII. Sin embargo, en medio de esta atmósfera asfixiante, un líder espiritual, Giovanni Battista Pamphilj, conocido como Inocencio X, concibió una idea tan audaz como efectiva: convertir una plaza entera en una lámina de agua. No una plaza cualquiera, sino la majestuosa Piazza Navona, un sitio que ha mantenido su relevancia icónica desde entonces hasta la actualidad.
La iniciativa de Inocencio X comenzó en agosto de 1652, motivado por el deseo de ofrecer a los habitantes de Roma una manera gratuita y festiva de mitigar el calor veraniego. Así, cada sábado y domingo del mes, se instruía el cierre parcial del sistema de drenaje de las fuentes de la plaza, permitiendo que el agua se desbordara y cubriera el suelo. Este proceso dio origen al singular “Lago de Piazza Navona”, un refugio acuático en el corazón de la ciudad donde la nobleza y el pueblo llano convergían para refrescarse, pasear, disfrutar de juegos e incluso desfilar con carruajes a través de las aguas.
La selección de Piazza Navona para este ambicioso proyecto urbanístico no fue arbitraria. En tiempos antiguos, la plaza había sido el Estadio de Domiciano, una imponente estructura atlética erigida en el año 85 d.C., cuyas dimensiones —265 metros de largo y 106 de ancho— fueron respetadas al construir la plaza barroca. Su ligera concavidad original la hacía naturalmente propensa a la acumulación de agua, facilitando así su transformación estacional en un lago. El cronista Giaginto Gigli fue el primero en documentar este fenómeno, describiendo cómo el agua se concentraba “al pie de la Aguja y de las fuentes” para que los carruajes pudieran transitar “por encima de ella” como si cruzaran una laguna mágica. Con el tiempo, el evento evolucionó, incorporando actuaciones musicales, decoraciones efímeras, fuegos artificiales e incluso planes para instalar gradas portátiles que permitieran a los espectadores disfrutar del espectáculo desde las orillas.
Sorprendentemente, la práctica de transformar Piazza Navona en una "piscina municipal" se mantuvo por aproximadamente dos siglos. El escritor Giggi Zanazzo, en su obra de 1908, Usi, costumi, credenze, leggende e pregiudizi del popolo di Roma, evocaba con nostalgia cómo, en su niñez, recorría el lago con su padre: "Cada domingo de arena y de agosto, se cerraba la llave del centro de Piazza Navona, y la plaza, que había sido rebajada, se inundaba por completo. ¡Qué gran diversión!", relató. Sin embargo, esta pintoresca y popular tradición no estuvo exenta de controversias a lo largo de su historia. En 1676, fue suspendida por temores a posibles epidemias, aunque en 1703, las autoridades confirmaron que el agua no representaba un riesgo sanitario. La costumbre se reanudó y continuó, con algunas interrupciones esporádicas, hasta 1865, año en que la repavimentación de Piazza Navona eliminó su forma cóncava, poniendo fin a esta curiosa práctica. Hoy en día, no queda vestigio del lago efímero que inundaba Piazza Navona cada verano. Solo persiste el implacable calor de agosto, azotando los adoquines del corazón barroco de Roma, un calor que, durante más de dos siglos, encontró alivio gracias a la imaginación de un Papa que supo convertir el bochorno en una auténtica festivida