Apenas tres meses después del inicio de la Primera Guerra Mundial, la destacada científica Marie Curie, de 47 años, y su hija Irène Joliot-Curie, de 17, pusieron en marcha una iniciativa trascendental. Se embarcaron en camiones adaptados que transportaban un equipo voluminoso, el cual prometía ser una herramienta invaluable para médicos y soldados en el frente. Estas innovadoras unidades móviles de rayos X, cariñosamente apodadas las 'Pequeñas Curies', estaban listas para su despliegue. Este avance fue posible gracias al descubrimiento de los rayos X por Wilhelm Röntgen, quien, al experimentar con su capacidad de penetración, accidentalmente obtuvo la primera radiografía de su propia mano y posteriormente la de su esposa. Sin embargo, la radiografía que ha perdurado en la historia como la pionera es la de su colega Albert von Kölliker en 1895.
La aplicación de los rayos X significó una revolución en la medicina de guerra, permitiendo a los profesionales sanitarios examinar el interior del cuerpo humano y detectar fracturas óseas o cuerpos extraños, lesiones muy comunes en el campo de batalla. A pesar de su enorme potencial, la principal limitación de los equipos de rayos X era la necesidad de una fuente de electricidad, lo que restringía su uso a hospitales modernos, a menudo alejados de las líneas del frente. Consciente de esta problemática, y después de asegurar la continuidad de sus investigaciones con el radio, Marie Curie se dedicó en agosto de 1914 a construir máquinas de rayos X portátiles. Logró diseñar una dinamo que convertía el movimiento del motor de un vehículo en electricidad para el tubo catódico, fundamental para el funcionamiento de los rayos X. Con el apoyo financiero de la Unión de Mujeres de Francia y la donación de vehículos por parte de las clases altas, en octubre ya disponía de dos camiones equipados, uno de los cuales condujo personalmente hacia un hospital cercano a Creil, a solo 30 kilómetros del frente.
El legado de Curie no se limitó a la invención y mejora de estas unidades; también se enfocó en la formación del personal necesario. Al finalizar la guerra, existían 20 de estas unidades móviles salvando vidas en diversos hospitales de campaña. Marie Curie y su equipo perfeccionaron continuamente estos dispositivos, añadiendo mejoras como cámaras oscuras para el revelado y adoptando nuevas tecnologías, como el uso de papel fotográfico en lugar del frágil cristal. De vuelta en el Instituto del Radio de París, Marie y su hija Irène capacitaron a aproximadamente 180 mujeres para operar las 'Pequeñas Curies', asegurando así que estas máquinas pudieran ser utilizadas eficazmente. Se estima que Curie y su equipo fabricaron y distribuyeron cerca de 200 máquinas de rayos X, que atendieron a alrededor de 1,200,000 soldados heridos y otras personas con dolencias durante el conflicto. Hoy en día, las máquinas de rayos X son un pilar en la mayoría de los hospitales, demostrando que la visión y dedicación de Marie Curie en tiempos de guerra continúan beneficiando a la humanidad en tiempos de paz.
La historia de Marie Curie y las 'Pequeñas Curies' es un brillante ejemplo de cómo la ciencia y la innovación, impulsadas por un espíritu altruista y una determinación inquebrantable, pueden transformar radicalmente la realidad y aliviar el sufrimiento humano. Nos recuerda que, incluso en los momentos más oscuros de la historia, la creatividad y el ingenio dedicados al bienestar colectivo son faros de esperanza que iluminan el camino hacia un futuro mejor y más justo.