Para los diminutos y frágiles polluelos de somormujo, el lomo de su progenitora no es meramente un lugar de descanso, sino un auténtico santuario en movimiento. Acunados con ternura, estas pequeñas esferas de plumón encuentran en su madre un escudo protector contra el gélido abrazo del agua y las amenazas que acechan en las profundidades. Es en este improvisado nido flotante donde la seguridad de la prole se garantiza, permitiéndoles superar los primeros y más críticos días de su existencia.
Mientras la madre se convierte en el epicentro de la protección, el progenitor masculino asume la vital misión de procurar el sustento para toda la familia. Aunque en ocasiones, esta distribución de roles se flexibiliza, permitiendo a la hembra un respiro y la oportunidad de sumergirse. La observación continuada de esta pareja a lo largo de un lustro ha revelado la meticulosa y persistente estrategia que han perfeccionado para afrontar los desafíos inherentes a la supervivencia en su hábitat.
Los somormujos lavancos son, sin duda, ejemplares en el arte de la paternidad. Conscientes de la constante amenaza de depredadores como las aves rapaces, han desarrollado una táctica excepcional: los polluelos se adhieren instintivamente a la espalda de su madre. Además, una práctica asombrosa de estas aves es la alimentación de sus crías con sus propias plumas. Estas, ricas en enzimas, facilitan la digestión de los pequeños trozos de pescado y, de manera crucial, ofrecen una barrera protectora contra espinas y parásitos estomacales. A pesar de estas ingeniosas adaptaciones, la naturaleza impone un riguroso filtro; de cada puesta, que oscila entre cuatro y cinco huevos, lamentablemente solo uno o dos polluelos logran sobrevivir y alcanzar la madurez.