La creciente hostilidad hacia el turismo en algunas regiones españolas ha experimentado una preocupante escalada, pasando de simples expresiones de descontento a actos más agresivos y, finalmente, a la deshumanización de los visitantes. Lo que comenzó como pancartas y mensajes pidiendo a los turistas que se fueran, ha evolucionado hacia la humillación pública y, ahora, a la equiparación de los viajeros con desechos. Este análisis detalla las fases de esta 'turismofobia', destacando un cambio cualitativo en la forma en que se manifiesta el rechazo, y plantea interrogantes sobre las futuras implicaciones de esta peligrosa tendencia.
En el corazón de diversas ciudades españolas, como Palma de Mallorca, Tenerife y Barcelona, el verano ha sido testigo de una intensificación del sentimiento anti-turista. Inicialmente, las manifestaciones se centraron en carteles que pedían la partida de los visitantes, reflejando un descontento con el modelo de turismo masivo y la falta de regulación. Los organizadores, aunque insisten en que su objetivo no es el turismo en sí, sino sus efectos negativos en la comunidad local, no han podido evitar que mensajes más hostiles, como \"No sois bienvenidos\" o \"European colonizers\", se propaguen.
Posteriormente, la tensión aumentó con actos de humillación pública, como los incidentes en Barcelona donde grupos activistas rociaron a turistas con pistolas de agua, calificando estas acciones de \"performance\" o \"gesto simbólico\", pero con una clara intención de avergonzar. Incluso se han reportado casos de asistentes a congresos siendo rociados con pintura, exacerbando la confrontación.
La fase más reciente y alarmante de esta escalada es la deshumanización del turista. Pintadas en contenedores de basura en lugares como Palma de Mallorca exhiben mensajes como \"Tourists and other rubbish, HERE\" (Turistas y otra basura, AQUÍ), equiparando a los visitantes con desechos. Esta nueva táctica, que también incluye carteles que se refieren a los \"Guiris Turisticus\" como si fueran una especie animal que gentrifica barrios y causa problemas, representa un salto cualitativo, despojando al turista de su condición humana y reduciéndolo a un mero objeto molesto. Este fenómeno subraya una preocupante radicalización del discurso de odio.
Desde la perspectiva de un observador, esta creciente escalada de la aversión al turismo en España es profundamente inquietante. Si bien es comprensible que las comunidades locales expresen su malestar ante los desafíos que el turismo masivo puede generar, como la escasez de vivienda, la congestión y el impacto ambiental, la transformación de estas legítimas preocupaciones en ataques personales y deshumanizadores contra los turistas es un camino sumamente peligroso. Tratar a las personas como \"basura\" no solo es moralmente reprobable, sino que también erosiona los fundamentos de una sociedad civilizada. La línea entre la protesta legítima y la propagación del odio se ha vuelto peligrosamente difusa. Es imperativo que todos los actores involucrados, desde los gobiernos y la industria turística hasta los movimientos sociales y los ciudadanos, reflexionen sobre el rumbo que está tomando este conflicto. Urge un diálogo constructivo que aborde las causas subyacentes del descontento y promueva soluciones sostenibles, antes de que el discurso de odio se normalice y conduzca a consecuencias aún más lamentables.