Al emprender un viaje turístico a cualquier metrópolis, la decisión sobre qué atracciones culturales priorizar se vuelve crucial. En el vibrante corazón de Nápoles, una institución se erige como una parada esencial, un destino ineludible que supera con creces la mera curiosidad: el Museo Arqueológico Nacional. Su acervo es tan extraordinario que garantiza una experiencia enriquecedora, validando cada minuto dedicado a su exploración.
Este magnífico recinto alberga una de las colecciones más importantes del mundo, con piezas procedentes de las excavaciones de Pompeya y Herculano, así como la célebre Colección Farnesio de esculturas clásicas. Estos tesoros, por sí solos, justifican cualquier desplazamiento a la ciudad. La riqueza de sus fondos es tal que ofrece una inmersión profunda en la civilización romana, revelando detalles de la vida cotidiana, el arte y la mitología de la antigüedad. La interacción con estas reliquias permite una comprensión más vívida y completa de las ciudades sepultadas por el Vesubio, proporcionando un contexto invaluable que no se obtiene únicamente al recorrer las ruinas a cielo abierto.
El edificio que alberga el museo tiene una historia rica que se remonta a 1585, originalmente sirviendo como sede de la Universidad de Nápoles y la Biblioteca Real. No fue sino hasta 1777 que se transformó en el Museo Real, comenzando a acoger las colecciones arqueológicas de Pompeya y Herculano, así como las posesiones del rey Carlos III. Con el tiempo, se añadieron colecciones privadas, como la Farnesio y la egipcia de Estéfano Borgia, enriqueciendo aún más sus fondos. Después de la Segunda Guerra Mundial y el traslado de los manuscritos de la biblioteca, el espacio se consolidó como el Museo Arqueológico Nacional que conocemos hoy. Más allá de su fachada, el interior esconde verdaderas joyas arquitectónicas, como el impresionante Salón de la Meridiana, cuya amplitud y detalles artísticos son un preludio perfecto a las colecciones que le suceden.
El Salón de la Meridiana, ubicado en la segunda planta, deslumbra con sus vastas dimensiones, reminiscentes del Salón del Cinquecento en Florencia. Sus paredes están adornadas con tapices y pinturas, mientras que su techo está cubierto por frescos de Pietro Bardellini. Un notable reloj de sol del siglo XVIII adorna su suelo, invitando a los visitantes a contemplar la historia y el arte que impregnan cada rincón. Dedicar tiempo a apreciar la grandiosidad de este espacio es fundamental antes de adentrarse en las salas dedicadas a los objetos provenientes de Pompeya y otros antiguos asentamientos romanos.
La colección de Pompeya es, sin duda, la joya de la corona, convirtiendo la visita al museo en una experiencia imprescindible. Si el objetivo principal es admirar los afamados frescos y mosaicos romanos, este es el lugar idóneo, ya que aquí se conservan las piezas más excepcionales recuperadas de Pompeya, Herculano y otras localidades afectadas por el Vesubio. La exhibición de mosaicos, con sus diseños intrincados y vívidos colores, capta la atención de inmediato. También se exhiben esculturas de bronce de la Villa de Pisón en Herculano y artefactos del Templo de Isis en Pompeya, incluyendo el enigmático Gabinete Secreto con sus pinturas eróticas y la monumental maqueta de Pompeya.
La maqueta de Pompeya, iniciada en 1861 y a escala 1:100, ofrece una visión detallada y precisa de cómo se presentan actualmente los vestigios arqueológicos. A lo largo de los años, esta réplica ha sido ensamblada y reensamblada, encontrando su hogar permanente en el Museo Arqueológico de Nápoles tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque omite algunas de las zonas exteriores y descubrimientos más recientes, como el gran anfiteatro, proporciona una perspectiva invaluable para entender la disposición y la magnitud de la antigua ciudad.
Otro pilar fundamental del museo es la Colección Farnesio, un testamento del coleccionismo renacentista. Esta exhibición presenta una amplia gama de esculturas monumentales de la antigüedad romana y griega. Iniciada por Alejandro Farnesio, quien luego se convirtió en el Papa Pablo III en el siglo XVI, la colección creció a través de adquisiciones, confiscaciones y donaciones, consolidándose en el Palacio Farnesio de Roma. En el siglo XVIII, Carlos de Borbón, hijo del rey Felipe V de España e Isabel de Farnesio, heredó esta vasta colección. Tras ser coronado rey de Nápoles en 1734, Carlos VII comenzó el traslado de las obras al nuevo museo napolitano, a pesar de la oposición papal. Entre las piezas más destacadas se encuentran el monumental Toro Farnesio, la escultura antigua más grande conocida tallada en una sola pieza de mármol, y el Hércules Farnesio, una imponente copia romana de una obra griega, ambas procedentes de las Termas de Caracalla. Estas obras transmiten una sensación de escala y grandeza que solo puede ser plenamente apreciada en persona. La Colección Farnesio, con su impactante exhibición de escultura clásica, complementa de manera excepcional los hallazgos de Pompeya, haciendo del museo un verdadero santuario del arte y la historia antigua.
El Museo Arqueológico Nacional se localiza en la plaza del Museo Nacional, muy cerca del Barrio Español. Está abierto todos los días, excepto los martes, de 9:00 a 19:30, con la última admisión treinta minutos antes del cierre. La entrada general tiene un costo de 20 euros, mientras que los ciudadanos de la Unión Europea entre 18 y 25 años pueden acceder por una tarifa reducida de 2 euros. La entrada es gratuita para niños menores de 18 años y personas con discapacidad, facilitando así el acceso a este invaluable patrimonio. Es posible adquirir entradas anticipadas en línea, incluyendo acceso prioritario y audioguía, lo que puede mejorar significativamente la experiencia de la visita.