En una de mis recientes incursiones por la deslumbrante Costa Brava, al noreste de Cataluña, mi agenda estaba marcada por los vibrantes festivales veraniegos. Sin embargo, mi espíritu aventurero me impulsaba a explorar los enigmáticos pueblos medievales de Girona. Entre ellos, Peratallada destacaba con una promesa de descubrimiento. Confieso que, hasta hace poco, este nombre era desconocido para mí. Fue la curiosidad desatada por su inclusión en un concurso de Skyscanner sobre los rincones más fascinantes de España lo que me llevó a su encuentro. Y al final de mi visita, no pude sino lamentar no haber tropezado antes con esta joya escondida de la Costa Brava.
A menudo, la visita a un pueblo medieval puede resultar decepcionante, con centros históricos que apenas conservan su esencia o cuya arquitectura ha perdido su armonía original, rodeados de desarrollos modernos sin atractivo. Sin embargo, Peratallada desafía esta noción. Ubicado en el municipio de Forallac, en el Bajo Ampurdán de Girona, su llegada puede pasar desapercibida si se conduce con prisa. Una modesta sección de muralla y un arco de entrada son las únicas señales que anuncian este tesoro.
A la izquierda de la entrada, junto a una iglesia, se ubica uno de los tres aparcamientos del pueblo. Aunque estos suelen ser de pago durante el verano y los fines de semana, este detalle es el primer indicio de su popularidad turística. Nada más cruzar el ancestral arco de la muralla, la magia de Peratallada se apodera de ti. El pueblo emana una profunda armonía en su arquitectura rural, invitando al visitante a deambular por sus callejuelas estrechas y serpenteantes, descubriendo a cada paso arcos y pasadizos que conectan con su pasado.
Junto al aparcamiento principal se alza la Iglesia de San Esteban, una construcción románica del siglo XIII, con tres naves que guardan en su interior el sepulcro del Barón Gilabert de Cruilles. Esta iglesia, parte integral del patrimonio local, añade una capa de solemnidad y antigüedad a la ya rica historia del pueblo.
Las primeras menciones históricas de Peratallada, vinculadas a su castillo-palacio, datan del año 1065, aunque hallazgos arqueológicos revelan orígenes que se remontan, al menos, a la época romana. Mi sugerencia es dejarse llevar, perderse intencionadamente por sus laberínticas calles en busca de los rincones más fotogénicos y conmovedores. Descubrirás que Peratallada es un lugar diminuto, hogar de poco más de 200 almas, lo que permite una visita relajada para absorber su encanto. No tardarás en recorrerlo por completo, y si eres amante de la fotografía, te sentirás constantemente inspirado.
La vibrante Plaza de las Voltes, con su cautivadora área porticada, constituye el epicentro de la vida en Peratallada. Comparte esta vitalidad con la adyacente Plaza del Castillo, donde incluso una oficina de turismo se encuentra convenientemente ubicada en un bar. Mi visita a Peratallada tuvo lugar un mediodía soleado de agosto. Al encontrar pocas personas, supuse que la mayoría de los turistas estarían disfrutando de las cercanas playas del Bajo Ampurdán en la Costa Brava. Sin embargo, en las tardes-noches de verano, los fines de semana o incluso en un día nublado de agosto, Peratallada bulle de visitantes. La abundancia de restaurantes en el pueblo es un claro indicador de su vocación turística.
Como siempre digo en mis viajes, ante la visión de lugares tan seductores como Peratallada, es natural que atraiga a numerosos turistas. El otoño, sin duda, representa una estación idónea para visitar este enclave, ya que el follaje rojizo de las enredaderas que adornan muchas de sus fachadas confiere al pueblo una magia particular. Una excusa perfecta para aquellos que ya lo conocen y desean volver a sumergirse en su encanto.