En el año 1912, el anticuario Wilfrid Voynich adquirió un conjunto de textos antiguos en un colegio jesuita italiano. Entre ellos, encontró un tomo que de inmediato captó su atención por su singularidad. Con una datación por carbono que lo sitúa en el siglo XV, este manuscrito presentaba un lenguaje completamente desconocido. La fluidez con la que estaba redactado sugería una maestría por parte de su autor, sin embargo, hasta la fecha, nadie ha logrado comprender su contenido.
El misterio del manuscrito no se limita a su escritura; sus ilustraciones son igualmente desconcertantes. Se observan representaciones de plantas que no existen en la realidad, diagramas astronómicos que desafían la lógica conocida y escenas peculiares, como mujeres desnudas en extraños recipientes verdes. Esta singular combinación de elementos botánicos fantásticos, astrología y rituales ha propiciado un sinfín de especulaciones, desde considerarlo un texto médico o alquímico medieval perdido hasta la posibilidad de que sea una broma elaborada. Este singular libro fue bautizado con el apellido de su descubridor, convirtiéndose así en el Manuscrito Voynich.
Con unas dimensiones aproximadas de 23 por 16 centímetros y unas 240 páginas, algunas de ellas extraviadas, la característica más asombrosa de este volumen es la estructura de su texto. A pesar de que su composición se asemeja a un lenguaje auténtico, no guarda relación alguna con idioma conocido. Actualmente, se encuentra resguardado en la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale, accesible en línea para el público. Esta disponibilidad ha incentivado a innumerables investigadores y aficionados a intentar resolver su secular enigma.
A lo largo del siglo XX, el Manuscrito Voynich atrajo el interés de mentes destacadas, incluyendo a expertos en criptografía que participaron en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, sus esfuerzos solo confirmaron que el texto exhibe una estructura gramatical coherente, con repeticiones y patrones que recuerdan a un idioma real. La mayoría de los especialistas concuerdan en que no se trata de un engaño contemporáneo, ya que la datación por carbono, así como el análisis de la tinta y los pigmentos, son consistentes con una creación en el siglo XV. También se descarta la idea de que sea un galimatías sin sentido, pues nadie se tomaría el trabajo de producir un volumen tan detallado y un idioma inventado solo para confundir a otros. La pregunta sigue en el aire: si es un idioma real, ¿por qué no hay registros de él en ningún otro documento?
Entre las numerosas teorías propuestas, algunos estudiosos sugieren que podría ser un cifrado extremadamente sofisticado, cuyo sistema o clave se ha perdido con el tiempo. Otros plantean la hipótesis de que se trata de un lenguaje artificial, creado específicamente para este libro, lo que implicaría que el autor buscaba proteger un secreto de suma importancia. No obstante, hasta ahora, ninguna de las soluciones planteadas ha sido universalmente aceptada por la comunidad académica. Recientemente, la inteligencia artificial ha aportado una nueva perspectiva. En 2018, un equipo de investigadores, utilizando ejemplos de 400 idiomas distintos, encontró una posible conexión con el hebreo antiguo, logrando reconstruir algunas frases de temática religiosa.
A pesar de los avances tecnológicos, el propósito general del libro sigue siendo un enigma. La hipótesis más extendida sugiere que, basándose en sus ilustraciones, podría ser un tratado de medicina o de remedios. No obstante, si fuera así, el autor se habría tomado libertades artísticas considerables, ya que las plantas representadas no parecen corresponder a especies reales, lo cual sería inusual para un documento médico. Se han planteado al menos una decena de interpretaciones posibles, ninguna de ellas concluyente. Así, el Manuscrito Voynich mantiene su estatus como el libro más misterioso del planeta.