A finales del siglo XIX, la escalada en roca comenzó a definirse como una disciplina independiente del alpinismo tradicional. En este contexto de transformación, Paul Preuss, nacido a orillas del lago Autalssee en Austria, surgió como una figura clave. Desde su infancia, marcada por una enfermedad que lo postró temporalmente, Preuss mostró una determinación férrea. Tras recuperarse, encontró en la montaña un refugio y un medio para fortalecerse, realizando numerosas excursiones, a menudo en solitario, y entrenando de forma innovadora en su hogar. Su formación en biología en la Universidad de Viena y su doctorado en Múnich en 1911 no disminuyeron su creciente dedicación al mundo vertical.
Con solo 21 años, Paul Preuss ya realizaba ascensiones trascendentales. En 1908, su solo integral en la vía Pichl de la cara norte de Planspitze marcó el inicio de una prolífica carrera. Hasta su trágica muerte en 1913, acumuló más de 1.200 ascensos, incluyendo 300 solos integrales y 150 primeras ascensiones. Su pericia no se limitaba a la roca; también dominaba rutas en nieve y hielo. Lo más asombroso es que lograba estas proezas calzando rudimentarias botas de clavos, superando vías catalogadas hoy como Vº grado, cerca del límite técnico de su época. Los macizos de Silvretta, Wilder Kaiser, Dolomitas y Mont Blanc fueron testigos de sus hazañas, consolidando su reputación como un escalador excepcional.
El año 1911 fue trascendental para la historia de la escalada y, en particular, para Paul Preuss. Durante el verano, completó la segunda ascensión de la cara oeste del Totenkirchl en Wilder Kaiser, una de las vías más desafiantes de los Alpes, en apenas dos horas y media y en solo integral. Los meses siguientes fueron igualmente productivos, con repeticiones notables como las vías de Angelo Dibona en la Croz dell’Altissimo y la arista noroeste del Grossen Ödstein. En estas últimas, Preuss enfatizó haber evitado el uso de los pitones dejados por las primeras ascensiones, inspirándose en la ética de figuras como Georg Winkler y Emil Zsigmondy. Este período marcó el inicio de un debate crucial sobre el uso de equipamiento, como pitones y mosquetones, que inicialmente se empleaban para rápeles pero pronto empezaron a utilizarse en la progresión.
Las profundas reflexiones de Paul Preuss culminaron en un ensayo controvertido que criticaba el uso de \"ayudas artificiales\" en la escalada. Esta publicación desató la famosa \"polémica de los pitones\" en el mundo alpinístico. Como resultado de este debate, Preuss estableció en diciembre de 1911 sus seis principios para una escalada pura, que se consideran su legado más duradero:
1. Es fundamental que la habilidad del escalador supere el nivel de la ascensión a realizar.
2. El punto máximo de dificultad que un escalador puede intentar debe ser aquel que pueda descender con seguridad y confianza.
3. La utilización de ayudas artificiales solo se justifica en situaciones de peligro inminente.
4. Un pitón debe ser considerado una herramienta de emergencia, no un elemento base de la escalada.
5. La cuerda está permitida como medio de rescate, pero nunca para facilitar el ascenso.
6. La seguridad es primordial, pero no debe depender de la corrección de la propia inseguridad mediante ayudas artificiales, sino de una estimación precisa de las capacidades personales en relación con los objetivos.
Para 1912 y 1913, Paul Preuss se había consolidado como un conferenciante de renombre, sentando un precedente para los profesionales actuales de la escalada y el alpinismo. Sus charlas sobre sus hazañas atraían a multitudes en salas de conciertos de Austria, Italia y Alemania, proporcionándole ingresos significativos. Trágicamente, su vida llegó a su fin el 3 de octubre de 1913, en un accidente de escalada mientras intentaba la primera ascensión en solo integral de la arista norte del Mandlkogel en Austria. A pesar de su fallecimiento prematuro, el espíritu de Paul Preuss perdura en la imaginación de la comunidad escaladora. Numerosos hitos y lugares, como la Torre Preuss y la fisura Preuss en Lavaredo, una chimenea en la Punta Grohmann y una calle en Múnich, honran su nombre, asegurando que su filosofía y su contribución a la escalada pura nunca sean olvidadas.