En el verano de 1871, una expedición audaz partió de Nueva York a bordo del navío Polaris, con la ambición de ser los primeros en conquistar el Polo Norte. El liderazgo recayó en Charles Francis Hall, un hombre cuya determinación e historial como explorador del Ártico, forjado al convivir con comunidades inuit y documentar sus métodos de subsistencia, lo posicionaban como la figura idónea para esta empresa. Su fascinación por las regiones polares se había intensificado tras la desaparición de la expedición de John Franklin en 1845, un misterio que Hall, a través de sus propias incursiones, había intentado desentrañar. Equipado para resistir las condiciones más extremas y con una tripulación internacional de marineros, científicos e inuit, el Polaris se adentró en el Estrecho de Smith, con la meta de proseguir el viaje por tierra una vez que las condiciones lo permitieran. Sin embargo, lo que se vislumbraba como un triunfo de la exploración humana se tornaría en una dramática epopeya de supervivencia y misterios sin resolver en el corazón del helado norte.
A medida que la expedición avanzaba hacia las gélidas latitudes, los desafíos naturales y las tensiones humanas comenzaron a emerger con fuerza. El avance se vio dificultado por el rápido cierre de los hielos marinos y la inminente llegada del invierno polar, sumiendo a la tripulación en un aislamiento cada vez más profundo. Las diferencias culturales y lingüísticas entre los miembros del equipo exacerbaban las fricciones a bordo. En un giro inesperado de los acontecimientos, Charles Francis Hall cayó gravemente enfermo en octubre, poco después de consumir una bebida, sufriendo síntomas alarmantes que culminaron con su fallecimiento dos semanas después. Antes de su muerte, Hall expresó la sospecha de haber sido envenenado, dejando a la expedición sin su líder y sumida en una incertidumbre palpable. El mando pasó a Emil Bessels, con quien Hall había tenido desacuerdos. La situación se volvió crítica cuando, en octubre de 1872, el Polaris quedó atrapado por el hielo, arrastrando a diecinueve miembros de la tripulación a una deriva forzada sobre un témpano. Sorprendentemente, este grupo logró sobrevivir a la intemperie durante 196 días, cubriendo más de 2.400 kilómetros antes de ser milagrosamente rescatados por un barco de caza de focas. El resto de la tripulación consiguió salvar el Polaris y, finalmente, fueron recogidos por otra embarcación estadounidense en Groenlandia, concluyendo así una odisea que, si bien no alcanzó el Polo Norte, se grabó en la historia como un testimonio de resiliencia humana frente a la adversidad extrema.
A pesar de no lograr su objetivo principal de alcanzar el Polo Norte, la expedición del Polaris legó importantes contribuciones al conocimiento geográfico y cartográfico del Ártico, proporcionando valiosa información sobre el Estrecho de Smith, la costa groenlandesa y las dinámicas del hielo polar. Más allá de los datos científicos, la asombrosa historia de supervivencia del grupo a la deriva en un témpano se erige como una de las crónicas más impactantes de resistencia humana en ambientes hostiles. El enigma que rodea la muerte de Charles Francis Hall persistió a lo largo del tiempo, y aunque una exhumación en 1968 reveló altos niveles de arsénico en sus restos, reforzando la hipótesis de envenenamiento, la identidad del culpable y si se trató de un acto intencional o un error médico nunca fueron completamente esclarecidos. Esta expedición, marcada por la ambición, la tragedia y la resistencia, nos recuerda que el espíritu humano, en su búsqueda de lo desconocido, es capaz de superar los límites más insospechados, dejando un legado que va más allá del éxito o el fracaso de una meta original.