La temporada festiva que precede a la Navidad, conocida como Adviento, es un período de profundo significado religioso y cultural. Lejos de ser meramente una cuenta regresiva para las celebraciones de fin de año, el Adviento es un tiempo dedicado a la reflexión, la anticipación y la preparación espiritual. Sus raíces se extienden a lo largo de siglos, entrelazando elementos históricos y devocionales que han dado forma a las costumbres que hoy conocemos. Este artículo explora la evolución de esta importante festividad, desde sus primeras manifestaciones hasta las tradiciones modernas, desvelando su simbolismo y el modo en que continúa influyendo en millones de personas alrededor del mundo.
En sus inicios, el concepto de Adviento, derivado del latín que significa \"llegada\", se utilizaba en los círculos eclesiásticos para referirse a la inminente llegada del Salvador, Jesucristo. Curiosamente, en los siglos IV y V, en territorios como Hispania y la antigua Galia (actual Francia), este período no se vinculaba exclusivamente con la Natividad. Más bien, funcionaba como un tiempo de preparación para el rito del bautismo de nuevos conversos, que tenía lugar durante la Epifanía, el 6 de enero. Esta última festividad, además, conmemoraba el bautismo de Jesús en el río Jordán y su primer milagro en las bodas de Caná, abarcando una dimensión más amplia de la manifestación de Cristo.
La conexión explícita del Adviento con la celebración del nacimiento de Cristo comenzó a consolidarse a partir del siglo VI en el Imperio Romano. En esta etapa, la reflexión cristiana no solo se enfocaba en el alumbramiento de Jesús, sino también en su segunda venida, es decir, su regreso como juez. Esta dualidad, que mira tanto al pasado como al futuro, sigue siendo una característica fundamental del simbolismo de esta observancia cristiana hasta el día de hoy.
El Adviento marca el inicio del calendario litúrgico cristiano y se extiende durante las cuatro semanas previas al 25 de diciembre. Aunque su fecha de inicio varía anualmente, siempre coincide con el domingo más cercano al 30 de noviembre, día de San Andrés Apóstol. Cada uno de los cuatro domingos del Adviento se dedica a una virtud cristiana específica: la esperanza, la paz, el gozo y, finalmente, el amor. Un símbolo distintivo de este período es la corona de Adviento, cuyas velas se encienden progresivamente cada domingo, simbolizando la luz que se acerca en la oscuridad del invierno. Esta práctica fue popularizada en el siglo XIX por el pastor luterano alemán Johann Wichern, quien la utilizaba para instruir a los niños sobre el significado del Adviento. Típicamente, tres de las velas son de color púrpura, simbolizando la penitencia y la preparación, mientras que una es rosa, representando la alegría del tercer domingo, conocido como “Gaudete”, que significa 'alegraos' en latín, en anticipación al nacimiento de Jesús. Además, en el siglo XIX, algunas familias luteranas alemanas solían marcar los días previos a la Navidad con tiza en sus puertas, demostrando la importancia de esta celebración.
En cuanto a los calendarios de Adviento, hoy asociados con obsequios o chocolates, su origen se remonta a principios del siglo XX. El primer calendario impreso, aunque sin las tradicionales ventanas, fue creado en 1908 por el impresor alemán Gerhard Lang, inspirado en una costumbre de su infancia donde su madre le preparaba un calendario casero con puertas de cartón y dulces. Tras la Segunda Guerra Mundial, esta dulce costumbre se difundió a otros países, especialmente a Estados Unidos. Sin embargo, las raíces más antiguas de este calendario se encuentran en el protestantismo del siglo XIX, cuando las familias religiosas colgaban diariamente 24 imágenes en las paredes de sus hogares como cuenta regresiva hasta la Navidad.
Así, el Adviento se revela como un tiempo de rica herencia, una amalgama de preparación espiritual y costumbres que han perdurado y evolucionado a lo largo de los siglos. Desde sus modestos inicios como un periodo de preparación para el bautismo, hasta su consolidación como la antesala de la Navidad, este ciclo litúrgico continúa invitando a la introspección y a la espera gozosa. Es un recordatorio de la luz que llega, no solo en un sentido religioso, sino también como un faro de esperanza en el corazón del invierno, preparando el espíritu para la celebración del amor y la fraternidad.