Esta fascinante crónica nos transporta a Najac, una joya escondida en el sur de Francia, específicamente en la cautivadora región de Occitania. Con menos de un centenar de habitantes, este pueblo, que se asienta majestuosamente sobre un promontorio rocoso modelado por el serpenteante río Aveyron, se revela como un santuario donde la historia medieval y la exuberante naturaleza conviven en perfecta armonía. La particularidad de sus construcciones medievales, alineadas en una única calle que culmina en un imponente castillo, dibuja un paisaje pintoresco y una atmósfera de cuento de hadas. La visita a este enclave promete una experiencia enriquecedora, donde cada rincón desvela un fragmento de su glorioso pasado y su arraigada tradición artesanal, invitando a los viajeros a un viaje en el tiempo inolvidable.
En el extremo más elevado de este promontorio, se alzan los venerables vestigios del majestuoso Castillo Real de Najac, una fortaleza cuyos orígenes se remontan al lejano año 1100. Este grandioso baluarte es una fiel representación de la arquitectura militar de su época, una estructura que desafió el tiempo y las batallas. Desde sus alturas, especialmente al ascender a la cúspide de su imponente torre circular, se despliegan ante los ojos unas vistas panorámicas que quitan el aliento, abarcando la totalidad del burgo medieval de Najac y sus verdes alrededores.
La edificación del castillo se llevó a cabo en dos fases distintas y significativas. La primera, en el siglo XII, vio la construcción de una torre de base cuadrada. Posteriormente, en el año 1263, se completó la adición de una torre circular que se alza unos impresionantes 40 metros de altura, y que hoy día se mantiene en un estado de conservación excepcional, invitando a los visitantes a su terraza. La ubicación estratégica de esta fortificación en un peñón escarpado le confería un carácter prácticamente inexpugnable. Durante la exploración del castillo, uno se maravilla ante la notable profundidad de sus aspilleras o troneras, aberturas estrechas desde donde los defensores lanzaban aceite hirviendo o flechas, con una profundidad que roza los siete metros, una característica única a nivel mundial.
El recorrido por el castillo comienza en su patio central, desde donde un acceso en la muralla norte conduce a un antiguo calabozo. Posteriormente, el camino se dirige hacia la gran torre circular, con muros de un espesor de 2,40 metros, a la cual se asciende por una intrincada escalera de caracol. En cada nivel de esta ascensión, se aprecian las mencionadas troneras. La ruta también incluye la
La fortaleza, que fue vendida en 1793 y utilizada como cantera, cesó su desmantelamiento tras un fatal accidente. Actualmente, el Castillo de Najac es propiedad de la familia de Montaliver, conocida por su notable acto de preservar obras de arte del Louvre durante la Segunda Guerra Mundial, incluyendo la
A los pies del castillo se erige la Iglesia de San Juan Evangelista, una magnífica construcción de estilo gótico meridional, edificada entre los siglos XIII y XIV. Su interior, de una sola nave, alberga una impresionante bóveda del siglo XIV. Es importante mencionar que una iglesia anterior del siglo XII fue lamentablemente destruida en 1850. Al pasear por la única calle de Najac, desde la plaza del Barry, se descubren casas de gran antigüedad y la emblemática Fuente de los Cónsules, de 1314, con sus doce lados, así como la antigua Casa del Gobernador. La artesanía ocupa un lugar central en Najac; en la plaza principal, es posible degustar el fouace, un bollo medieval similar al roscón de Reyes, y explorar una particular tienda donde un artesano continúa la tradición medieval de fabricar cuchillos y navajas.
Visitar Najac es mucho más que un simple recorrido turístico; es sumergirse en una narrativa viviente que desafía el paso del tiempo. Este pueblo, con su imponente fortaleza y sus calles que susurran historias milenarias, nos recuerda la importancia de preservar nuestro patrimonio y la riqueza que reside en la simplicidad de la vida rural. La manera en que Najac ha sabido mantener su esencia, su arquitectura y sus tradiciones artesanales a lo largo de los siglos, a pesar de los desafíos, es una fuente de inspiración. Nos invita a reflexionar sobre la resiliencia de las comunidades y la profunda conexión entre el ser humano y su entorno, instándonos a apreciar la belleza que a menudo se encuentra en los lugares menos concurridos.