La intrincada relación entre el deseo humano y la consecución de la felicidad es un tema que ha cautivado a pensadores a lo largo de la historia. Un reciente análisis profundiza en esta compleja dinámica, sugiriendo que la obtención de lo anhelado no siempre conduce a un estado de plenitud duradera. De hecho, a menudo se observa que, una vez alcanzado el objetivo, surge el tedio o, paradójicamente, el temor a perder aquello que tanto se persiguió. Este enfoque invita a una revisión crítica de nuestras aspiraciones en el contexto de una sociedad impulsada por el consumo, y propone que la verdadera satisfacción podría residir en una comprensión más profunda de la naturaleza de nuestros anhelos, en lugar de en su mera satisfacción superficial.
David Hoinski, un distinguido profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad de Virginia Occidental, ha articulado magistralmente esta paradoja en sus escritos. Según Hoinski, la felicidad, si es alcanzable, debe coexistir con el deseo, ya que este último es una fuerza inherente a la experiencia humana. Sin embargo, en un artículo publicado en el Institute of Art and Ideas, Hoinski plantea una pregunta fundamental: ¿Por qué satisfacer nuestros deseos no nos hace inherentemente felices? Esta interrogante aborda una de las búsquedas primordiales de la filosofía desde sus orígenes: la comprensión de la existencia y el bienestar humanos.
La visión de Hoinski desafía la noción convencional de que la vida se centra en la persecución de metas y la acumulación de bienes para alcanzar la felicidad. Él observa que, tras la obtención de un objeto de deseo, como riqueza o una relación, la euforia inicial a menudo se desvanece rápidamente. Esta transitoriedad de la satisfacción lleva a un estado de aburrimiento o, peor aún, a una ansiedad constante por la posibilidad de perder lo adquirido. Esta perspectiva invita a reflexionar sobre la naturaleza efímera de la gratificación material y la búsqueda incesante de algo más allá de lo tangible.
Para contextualizar su argumento, Hoinski se sumerge en las ideas de grandes pensadores. Baruch Spinoza, por ejemplo, consideraba el deseo como la esencia misma de la humanidad, tan arraigado en nuestro ser que se vuelve indistinguible de nuestra propia identidad. En contraste, Arthur Schopenhauer, filósofo del siglo XIX, sostenía una visión más sombría, describiendo la vida humana como un ciclo de sufrimiento interrumpido por fugaces instantes de felicidad. Hoinski también distingue el deseo de conceptos relacionados como el apetito, el impulso y el anhelo. El anhelo, por ejemplo, se refiere a aspirar a algo fuera de nuestro control, mientras que el apetito está ligado a necesidades sensoriales básicas y el impulso freudiano emerge de lo interno.
El entorno capitalista actual, caracterizado por una abundancia de bienes y una constante estimulación publicitaria, exacerba esta dinámica. Hoinski describe este "supermercado de commodities" como un testimonio de la proliferación desenfrenada del deseo. La publicidad y el marketing nos incitan a adquirir objetos que, aunque prometen satisfacción, a menudo resultan en una decepción inmediata tras su compra. Este ciclo de consumo insaciable, impulsado por una perceived carencia, contribuye a un sufrimiento inherente y a una disminución de la felicidad, según el filósofo.
Sin embargo, Hoinski encuentra una contrapartida a esta visión en las enseñanzas de Platón. Para el filósofo griego, la clave de la felicidad reside en la moderación de los deseos apetitivos. Platón argumentaba que limitar las demandas de nuestra parte más instintiva permite un mayor espacio para satisfacer otros aspectos del alma, como el conocimiento y la comprensión. La teoría platónica del 'eros', el deseo más profundo hacia lo bueno, lo bello y lo eterno, nutre las tres facetas del alma: la apetitiva, la irascible (vinculada al honor) y la racional (dedicada al saber). Aunque todas requieren sustento, Platón enfatizó que la sabiduría y la búsqueda de conocimiento eran las aspiraciones más elevadas para el ser humano, especialmente si la felicidad plena resultaba inalcanzable. Este enfoque platónico ofrece una vía hacia una vida más plena, alejada de la efímera satisfacción material y centrada en el crecimiento personal y el entendimiento profundo.