En un avance significativo para la comprensión de la contaminación marina, una misión científica ha desvelado las primeras visualizaciones de los tambores de residuos radiactivos que yacen en el lecho marino del Atlántico, a unos 600 kilómetros de la región de Galicia. Este hito, resultado de una prohibición establecida en 1992 sobre el vertido de tales sustancias en aguas internacionales, expone la magnitud de una problemática heredada de naciones como Bélgica, Francia, Alemania, Italia, Países Bajos, Suecia, Suiza y el Reino Unido, quienes, según el Consejo de Seguridad Nuclear de España, habían depositado miles de estos contenedores.
El Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) de Francia ha culminado con éxito la fase inicial de una expedición crucial para mapear esta área. A bordo del buque L’Atalante, y empleando un robot submarino de vanguardia que realizó dieciséis inmersiones nocturnas, se han conseguido por primera vez registros gráficos de la zona. Se estima que más de 200.000 bidones podrían estar dispersos en las profundidades; la comunicación oficial de la misión confirma el cartografiado de 3.350 barriles en una extensión de 163 kilómetros cuadrados.
La primera etapa de la misión ha concluido con la toma de muestras y la documentación fotográfica de aproximadamente cincuenta barriles. La inspección preliminar ha revelado que estos contenedores se encuentran en variados estados de conservación, mostrando superficies corroídas y, en algunos casos, evidencia de escape de materiales de composición desconocida. Con el objetivo de evaluar la repercusión de la radiactividad en el ecosistema de la llanura abisal, se han recolectado muestras de sedimentos, agua y fauna marina para su posterior estudio en laboratorio.
La investigación proseguirá en el año 2026, con una nueva expedición que buscará obtener muestras más cercanas o en contacto directo con los bidones, los sedimentos circundantes y la fauna local. Un aspecto notable de esta iniciativa es la innovadora operatividad del robot submarino, que sienta un precedente para futuras investigaciones de esta índole. Adicionalmente, se realizará un análisis de las estructuras geológicas de reciente formación, un descubrimiento que ha sorprendido a los investigadores dada la creencia previa de que esta era una zona geológicamente inactiva.
Javier Escartín, geólogo español y director de la misión, había expresado previamente a National Geographic su asombro ante los hallazgos: “Esta área de corteza oceánica antigua, de casi 60 millones de años, y teóricamente inactiva (sin vulcanismo, fallas, etc.) o geológicamente muerta, fue considerada adecuada para los vertidos y minimizar riesgos. Sin embargo, los datos de sonar revelan, por el contrario, que la superficie de los sedimentos muestra diversas estructuras como fracturas, abombamientos o montículos circulares. Existe una deformación reciente, algo inesperado, de naturaleza y origen desconocidos”.
La revelación de la presencia de estos bidones radiactivos ha generado preocupación en la costa gallega, la más próxima a la zona de estudio. No obstante, el doctor Escartín ha manifestado que, hasta el momento, “no se ha encontrado ninguna situación problemática y solo se han detectado radioelementos naturales”, sugiriendo una ausencia de impacto inmediato. Sin embargo, recalca que la campaña aún no ha finalizado y que los resultados definitivos de los análisis de las muestras tardarán varios meses en estar disponibles.
En respuesta a una consulta de la Xunta de Galicia, el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) ha descartado cualquier repercusión radiológica en las costas. El CSN afirmó en un comunicado que “los resultados de las mediciones y análisis realizados hasta la fecha no han identificado niveles significativos de radiactividad en la costa gallega ni cantábrica”. El organismo, que efectúa recogidas trimestrales de muestras, cuenta con un sistema de vigilancia que fue validado por la Comisión Europea en 2021, considerándolo apto para la detección de cualquier eventualidad o anomalía.